A la gente cada vez le cuesta mas llorar en público. Y mucho me temo que la mayoría de la gente ya no llora ni en la intimidad. Como si el que mas o el que menos no tuviéramos motivos.
La vida actual está llena de cosas que nos invitan a reír y a olvidar las penas, aunque muchos de estos inventos sean absolutamente patéticos. De todos ellos el más antiguo es sin duda el lenguaje. La palabra no sirve en muchas ocasiones más que para disfrazar los sentimientos hasta casi ocultarlos.
Mi abuela, que era una persona muy risueña que se pasaba el día canturreando por lo bajini, se sentaba todas las tardes a rezar el rosario en un rinconcillo de mi casa, mirando a través de la ventana a la gente que esperaba en la parada del autobús que había enfrente de mi calle.
En una ocasión me pareció oírla sollozar y al preguntarle qué le pasaba me dijo para tranquilizarme que no pasaba nada, que era su costumbre: cada tarde lloraba un ratillo por toda la gente que se le había marchado y por todas las penillas que llevaba dentro. Según me explicaba, mientras observaba el ir y venir de la gente en la parada del autobús, rememoraba y evocaba tantas despedidas, tantos abrazos, y tantos amores que durante su existencia habían partido en el autobús de la vida, pero también se regocijaba del beso apasionado de bienvenida, del feliz reencuentro y de la gente que sin cesar siempre está llegando a tu corazón.
Me decía todo esto y no tenía pudor de sus lágrimas. Ni de su risa. Cada tarde lloraba un ratito pequeño como el que va al gimnasio para estirar los músculos. Ella, quizás sin saberlo, estiraba cada tarde el único músculo que no tiene dueño, el músculo de la emoción.
El resto de día?……, el resto del día seguía canturreando por lo bajini. Se llamaba Carmen. Tenía la mirada azul y el pelo como una nube, y una vez, cuando fui a recogerla a la Estación de Francia después de mucho tiempo sin vernos, al preguntarle si me reconocía, me dijo abrazándome en el anden….
ni que pases disfrazao
te tengo que conocer
por el tiempo que has estao
prisionero en mi querer.
Esas eran las cosillas de mi abuela.
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